En estos momentos me voy al campo y he sentido una gran necesidad de compartir contigo, el sentimiento de gozo y disfrute que tengo dentro de mi.
Siempre no ha sido así, te lo puedo asegurar, por eso hoy lo disfruto muchísimo más en mi vida.
Fijaos, yo he sido una de esas afortunadas niñas que se pasaron toda su infancia en la naturaleza. Mi padre era un amante del campo y todos los fines de semana, todos los festivos y todas las vacaciones las pasábamos aquí, y digo todas porque eran todas.
Mis padres me recogían del colegio el viernes y nos adentrábamos en la sierra cordobesa hasta la última hora que pudieramos aprovechar del domingo.
Y algo diferente a cualquiera que iba a la naturaleza un fin de semana, mi padre se las arreglaba para hacer amistad con familias que vivían del campo: pastores, ganaderos, agricultores.
Y allí como unos más de su familia nos admitían en su casa y en sus vidas. Con ese alma grande de las personas de condición humilde y ese sentimiento poderoso de bondad y de compartir.
Vivíamos con su familia y compartíamos la casa y nuestras vidas, nosotros familia de ciudad y ellos familia de naturaleza cien por cien.
Bien , qué quiero deciros con esto. Pues que la vida me hizo conocedora experta de todos los más intimos secretos de la naturaleza que iba aprendiendo de forma natural y sin darles ninguna mas importancia, como hacen las gentes del campo.
Toda esta naturalidad y armonía termino cuando me hice adolescente y os podéis imaginar que me parecía aquello de ir continuamente a la sierra a aburrirme y aislarme del mundo, que era como lo veía yo.
Han pasado muchos años, muchos y ahora descubro que nada fue por casualidad, que la Gran Madre Naturaleza me conoce a fondo al igual que yo a ella, que había sido llamada y atraída a su poder y riqueza desde que nací, que soy una Hija de primera para la Madre.
Ya me enseñó su cara profunda y oculta, sus misterios, sus ritmos y cambios, la esencia y el comportamiento de todo lo que vive en ella, sus elementos.
Ya bebí de su agua en los arroyos de las manos de mi padre, ya caminé y tropecé en su tierra hasta aprender como dar cada paso, ya oli sus diversas fragancias y reconoci su riqueza y su continuo movimiento mágico.
Ya aprendí en su momento de forma natural los juegos de cada estación, como se quedan las manos de heladas en el invierno y el grato regalo de una candela cuando te acercas a ella.
El placer de correr y respirar cuando todo esta cubierto de flores de colores, recién nacidas, seres pequeñitos de la primavera y que te urge recogerlas para regalárselas a tu madre.
El olor de las castañas asadas del otoño que tu misma preparas con una olla vieja llena de agujeros y que siempre te las comias mas quemadas de lo que deseabas.
Y del sonido a la chicharra del verano incansable y el deseo de chapotear en cualquier espacio por pequeño que sea done hubiera agua fresquita.
Cada estación era un escenario diferente lleno de colores, olores, sensaciones tan distintas, yo de pequeña sentía como el mundo de fuera se transformaba en otro mundo, para mi no era el mismo cada mes.
Si el escenario cambiaba mi percepción también, mi visión también y por supuesto los juegos.
Como te explicaría, eran vidas diferentes. Iba transcurriendo los días y yo me adaptaba a lo que iba llegando, igual que un animal que viviera en esa naturaleza. Sabia qué tenia que hacer en cada momento porque el exterior me lo enseñaba y me iba guiando.
Ahora que soy mayorcita cómo me gustaría saber dejarme llevar por cada cambio de la naturaleza y adaptar mi vida a lo que hay y no empeñarme en hacer lo que no se puede en cada momento.
En invierno entrar en el calor del hogar, en primavera despertar y prepararse, en verano salir a la vida y en otoño ocuparse de todo para volver a empezar el ciclo eterno.
Así me encontraría más guiada, más relajada haciendo lo propio que me marca cada estación, con sus posibilidades de arreglar mi vida y ayudarme a expresar lo que va sucediendo y cambiando dentro de mi.
Aquí me encuentro rescatando a esa feliz y sabia niña que fui, para recuperar lo que la Gran Madre Naturaleza ya me enseñó.
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