domingo, 4 de mayo de 2008

LA REINA DE SABA




Mi historia de amor preferida es la del rey salomón, la persona más sabia del mundo, y la reina de Saba.

No se sabe demasiado sobre ella, excepto que era tan encantadora, espléndida y sorprendente que inspiró a Salomón para crear el poema de amor más apasionado jamás escrito: el " Cantar de los Cantares ".

Todo lo que necesitamos saber de la reina de Saba es que era una mujer tan lista que consiguió lo que otras mil mujeres no fueron capaces de conseguir.

Puso a sus pies al rey bíblico más poderoso.

Pero, ¿ cómo logró hacerlo exactamente ?.

Mostrando su fuerte y glorioso yo auténtico, el igual de Salomón, la pareja del rey.

Ella lo sabía, él lo sabía, y de forma sutil pero infalible ella jamás permitió que lo olvidara. Fue la primera mujer que no se doblegó ante él. Ella sabía quién debía recibir adoración.

Así que probablemente lo miró a los ojos, le dedicó una sonrisa sabia y astuta y luego se dio la vuelta para alejarse entre contoneos a esperar las ofrendas de amor en su tienda.

Dejó que Salomón le diera todo lo que quería y mucho, mucho más, incluso antes de que ella se entregara a él. ¿ Por qué ?.

La reina de Saba sabía la felicidad que podía aportar a la vida de Salomón. Quería ver si merecía su amor, deseaba comprobar hasta que punto él podía intensificar su vida, antes de permitirle entrar en ella.

La reina de Saba anhelaba un alma gemela, quería un compañero que la considerara una igual en todos los aspectos, intelectual, emocional y apasionadamente.

Había estado sola durante demasiado tiempo, pero seguía siendo la reina de Saba y no se conformaría con algo menos que un igual. Sabía que para una mujer, había algo peor que estar sola: tener un compañero que no te merece.

¿ Estaba Salomón a su altura ? Fuera rey o no, debía ponerlo a prueba.

La reina de Saba era una mujer muy generosa, de echo se la conocía por ese rasgo; su pueblo vivía bien y por eso la adoraba.

La primera vez que llegó a la corte de Salomón, le trajo los objetos más preciosos del mundo como muestra de aprecio. El rey quedó impresionado por su generosidad.

Sin embargo, ella no quería regalos materiales de Salomón, pues ya lo tenía todo. Quería saber si el hombre más sabio del mundo sabía lo que una mujer quería en realidad; regalos envueltos en sensibilidad.

Amor incondicional, desinterés, apoyo, lealtad, entusiasmo, atención, cuidados, dedicación, pasión, constancia, cariño, estas eran las ofrendas de amor dignas de una reina.

En el instante que el rey Salomón se fijó en ella, supo que no había otra mujer igual en todo el mundo. Y como él era un igual, sabía lo que tenía que hacer aunque no lo hubiera hecho nunca.

Debería abrirle su corazón y anteponer la felicidad y el bienestar de la reina a los suyos, en cualquier situación. Tendría que descubrir qué le encantaba a ella para poder satisfacerla.

Salomón sabía que él estaba a la misma altura apasionada, generosa e intelectual que la reina, y así lo demostraría. Compartió con ella su fruta y vino preferidos, escogió personalmente flores e inciensos aromáticos y paralizó asuntos de estado que no podían esperar, para pasar tiempo con ella.

Ella sabía que cuando un hombre nuevo entra en tu vida, ya sea rey o carpintero, si no coincide con tu generosidad de espíritu, ni cubre tus necesidades emocionales, pasionales e intelectuales, nunca seréis felices.

Muchas mujeres sufrimos de vez en cuando, déficit congénito de la reina de Saba, una legendaria enfermedad que va y viene según nuestro estado de ánimo, según nuestros niveles deconfianza en nosotras mismas y que nos hace olvidar quienes somos.

Nos olvidamos que somos mujeres de primera categoría e intentamos rebajarnos para el resto del mundo con tal de ser aceptadas.

Pero si quieres que te admiren, adoren y quieran, deberás resistir.

Recuerda, amiga, tú no eres de segunda. Tú desciendes de un linaje antiguo y sagrado: el de las hijas de la reina de Saba.

Mantente erguida, vuelve a colocarte en su lugar la corona.

AMIGA, TODAVIA NO HA NACIDO EL HOMBRE CUYO AMOR MEREZCA ABANDONAR EL TRONO.
( S. B. Breathnach)





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